Estamos caminando directo hacia las grandes puertas del Instituto. Hasta hace unos minutos estábamos sentados en la Cafetería, como casi todas las tardes, discutiendo sobre cosas sin sentido. De a pocos la conversación terminó girando en torno al Instituto mismo, sobretodo debido a algunas observaciones mías, como las estrellas que a ratos están y luego no están o la extraña noción del tiempo de los profesores y el Director.
Eventualmente, lo convencí de poner a prueba una de mis teorías: lo que hay fuera del Instituto. Si bien hemos salido de este lugar algunas veces, las salidas nunca empezaron hasta después de pasada la media mañana y siempre terminaron antes de que oscureciera.
- Una vez que lleguemos, te convencerás de muchas cosas.
- ¿Como la tontería que vienes repitiendo de las cosas raras de este lugar?
- Éso, y que no somos dueños de nuestra voluntad dentro de estas paredes. Sólo somos como guiones prefabricados, tanto tú como yo.
- Me niego a aceptarlo. No puedo ser algo tan absurdo en este lugar.
- Éste lugar es absurdo en esencial. Todo lo que existe y todo lo que sucede dentro de él va directamente en contra de muchas leyes de la lógica, porque de eso se trata. Éste lugar crea sus propias reglas y hace que se respeten.
- No... éste lugar es real, tú y yo somos reales, no somos marionetas que hacen lo que otros quieren que veamos.
- Sería realmente gratificante que tuvieras razón.
- Claro que la tengo. Soy libre de hacer lo que quiera, nadie me obliga a tomar una decisión en lugar de otra. Si quiero quedarme en cama hasta tarde, lo hago; si quiero comer de más en la Cafetería o sentarme horas de horas en la biblioteca, lo puedo hacer.
- Sigues sin darte cuenta de lo que te digo. No es que hagas lo que tú quieras, alguien ya ha predeterminado lo que tienes que hacer, y solamente te hace creer que todo ha sido idea tuya.
- ¿Un ser superior, acaso?
- Podría ser. Es un hecho que tiene que ser superior a nosotros para ordenarnos.
- Entonces, tendría lógica sugerir que ese "dios" te hace hablar así ahora.
- Precisamente.
- Por lo tanto todo tu esfuerzo por "desenmascarar" a ese "dios" y el "funcionamiento" de este lugar sería inútiles, ¿no crees? No puedes ir en contra de la "programación" que se te ha impuesto.
- Puede que tengas razón. ¿Te gustaría que sigamos caminando mientras me acompañas a resolver todo?
A unos veinte metros, los altos muros del Instituto, coronados con varias estatuas en forma de aves revoloteando, aparenta ser una muralla de plomo. Negra y opaca.
- ¿Entonces cuál es el plan? ¿Vamos a trepar el muro, empujar las puertas, llamar al portero?
- Creo que lo mejor sería intentar treparlo.
- Buena suerte con eso. Yo me quedo abajo, no puedo trepar nada con estos zapatos y esta ropa.
- ¿Ni siquiera harás el intento?
- No.
Me acerco al muro y empiezo a tantear su superficie. Está frío como una piedra, y de hecho parece estar hecho de ese material. Apenas si tiene unos resquicios donde meter los pies y manos para escalarlo.
- Mantente preparado, por si me caigo y necesito que me ayudes a no morir.
- Claro.
Empiezo a escalar. A pesar de llevar puestas las zapatillas de gimnasia se me hace difícil. Pero la sensación de estar a punto de descubrir algo realmente importante me anima a seguir.
Avanzo lentamente.
Unos metros más.
Miro hacia abajo, creo que si me caigo estaré en buenas manos.
Mi mano derecha alcanza el límite del muro.
Escucho un susurro a lado.
Las aves de cobre han empezado a moverse.
Después de todo lo que he estado pensando, no me sorprende. Pongo la otra mano en el borde mientras las aves empiezan a despegarse del muro y revolotear alrededor.
Haciendo un enorme esfuerzo, alzo mi cabeza por encima del muro, apoyándome sólo con mis brazos. Las aves han empezado a volar alrededor mío, alguna incluso empiezan a agarrarse de mi uniforme.
A pesar de las alas dando vueltas alrededor de mi cabeza y nublando mi vista, puedo ver lo que hay fuera.
Sólo luces.
Como reflectores apuntando desordenadamente hacia el cielo. Cientos, miles de "reflectores" cubriendo el terreno hacia el horizonte.
Las alas de las aves lo cubren todo, y siento que caigo.
No hay brazos que detengan mi caída, ni el pasto que crece en los amplios jardines. Es un piso duro y frío.
Es un piso que me resulta familiar.