Lo que las cadenas de esmeralda aprisionan

- Así que estaba en lo cierto.

Mi captor gira sobre sus talones a mirarme, sin dejar de jalar de la soga con la que me tiene amarrado.

- ¿Con qué cosa?
- Santa Ana juega un papel esencial en tu plan.
- Cierto, por eso te saqué del juego cuando te acercaste demasiado, aunque veo que no lo logré del todo.
- De todos modos nunca habrían pensado que apuntarías tan alto. Utilizar la misma iglesia de este barrio es muy arriesgado de tu parte.
- No cuando tienes contactos en las dependencias indicadas, o el dinero necesario para comprar a un par de funcionarios. Ya sabes cómo funcionan las cosas aquí.

Estamos debajo de la iglesia que mencioné hace un rato. Entramos por la puerta de la sacristía, como nada en el mundo. En pocas palabras, nadie repara en un sujeto llevando a otro con una soga atando sus manos.

- ¿Realmente esta soga es necesaria? Digo, estás armado, si intento escapar...
- No confío. Aún si te disparo, puede que vuelvas a aparecer. No entiendo cómo te escapaste de esa inyección. Hasta la noticia de tu muerte apareció en el periódico, en la televisión...
- Y aún así estoy aquí.
- No tientes tu suerte, no creo que el truco te salga bien dos veces seguidas.

Tiene razón. Un balazo y será el fin.

Pero algo no cuadra. Si yo representara un estorbo para sus planes, ya me habría disparado. ¿Acaso me necesita para algo?

- Ya llegamos.

Estamos en una especie de catacumba. Las paredes de piedra y argamasa están cuarteadas y ennegrecidas en muchas partes. El espacio está débilmente iluminado por unos focos amarillentos.Y en todas las paredes hay unas gruesas cadenas verdosas. ¿Jade? Nunca había escuchado de que hubiera tan cantidad de jade en esta ciudad.

- ¿Tu plan es utilizarme de mano de obra para sacar todo este jade? Me imaginé algo más interesante para tanto y tan largo jaleo.
- ¿Jade? ¿Qué jade?
- El que sale de las paredes, tallado como cadenas.
- Ésto no es jade, tonto. Es cobre, mucho cobre oxidado.
- Peor entonces. ¿Tanto esfuerzo por un poco de cobre oxidado?

Espero que mi juego dé resultado. Si me burlo de él, puede que me explique más, sólo para sentir que tiene razón. Él, por otra parte, parece estar más interesado en encontrar alguna cadena suelta.

- ¿Me prestas atención?

Ignorando mis palabras, no deja de buscar y de jalar de mi atadura de rato en rato.

Calculo que estamos muy por debajo de la iglesia. Unos diez o doce metros. demasiado profundo para ser una catacumba normal. Y tampoco hay huesos. Esto definitivamente no es una catacumba, al menos no una convencional.

Observo las cadenas. No parecen estar clavadas de las paredes, si no salen de ellas, como si las atravesaran desde otra habitación. No parece haber un orden definido. Solo salen de una pared y entran a otra. Y son bastante grandes y gruesas, como esas cadenas de grúa. Empiezo a creer que no tienen una función decorativa.

Un tirón especialmente fuerte me trae de vuelta a la realidad.

- A falta de cadenas, buenas son esposas.
- No tienes esposas contigo.
- Pero tú sí. Dámelas.
- No. Si te las doy me dejarás aquí, y moriré de hambre. Prefiero que me dispares de una vez. Me estoy aburriendo.
- Qué dramático resultaste. Pero no será como tú quieres. Además, ¿cómo te dejaría aquí a morir?
- ¿Porqué no lo harías?
- Porque te necesitamos vivo.
- No te ayudaría, jamás.
- "Jamás" es una palabra muy fea, ¿sabes? Ahora bien, gracias por tus esposas.

Me las enseña, colgando de uno de sus dedos.

- ¿Cómo hiciste eso?
- La prestidigitación es una habilidad incomprendida.
- No tienes la llave.
- ¿Cuál de todas estas será?

Ahora, de otro de sus dedos cuelga mi manojo de llaves.

- No voy a gastarme preguntando cómo lo hiciste.
- Buena decisión.

Me dejo enmarrocar a una de las cadenas que cuelgan.

Creo que esta vez no tengo escapatoria alguna.

- ¿Al menos me explicarías qué es este lugar, o estas cadenas?
- "Lo que las cadenas de esmeralda aprisionan, lo que unos pocos locos atesoran".
- Lindo poema, deberías escribir libros.
- No, es una pista. O es la razón por la que dejaré encadenado aquí.
- No tiene sentido, éstas cadenas no son esmeraldas.
- Son verdes... verde esmeralda para ser específicos.
- Son de cobre oxidado, tú mismo lo dijiste.
- Sí, pero eso no quita el hecho de que sean esmeraldas. ¿O sí?
- No me puedes dejar aquí.
- Pues creo que ya lo hice. Nos vemos.

Las puertas de la habitación se cierran cuando él sale. Escucho que le pone un seguro del otro lado.

Estoy condenado.

Intento jalar de la cadena a la que estoy esposado, pero por mucho que jalo no se mueve ni unos centímetros. No tengo nada con qué hacer palanca o cortar la cadena. No tengo ni una botella de agua.

Intento recordar cuánto tiempo puede un humano sobrevivir sin alimentos y sin bebida. No estoy seguro, pero creo que el tiempo no excede los siete días.

Me dejo caer de rodillas, aunque mi brazo se queda estirado debido a las esposas.

Las cadenas tintinean. Es un sonido especialmente desagradable, que rebota dentro de la habitación y se multiplica. Hay una especie de eco, de reverberación.

Es un sonido que va creciendo cada vez más.

Intento detener a las cadenas que están cerca de mí. Pero es en vano. Las que están más allá de mi alcance siguen chocando entre sí.

Caigo en una especie de sopor con el sonido de las cadenas de fondo.

¿Cómo voy a escapar de aquí?