Los Siete Tomos

No fue fácil entrar. Tuve que observar al "villano" durante días, anotar sus entradas y salidas, así como la rutina de su esposa y sus tres ayudantes.

Ahora uno de sus ayudantes me ha dejado entrar. O, mejor dicho, lo he convencido de dejarme entrar. Un hermano suyo está internado en Qenqoro, y le he ofrecido algo de ayuda para mejorar su situación, a cambio de permitirme buscar un libro de mi propiedad en la colección del dueño de casa. Me advirtió, en voz muy baja, que sólo tendría unos quince minutos, que el señor ya llegaría. Y que dejaría la puerta abierta, para que pudiera salir. Luego desapareció en lo profundo de los pasillos.


La casa del "villano" es enorme. Absurdamente enorme para ser habitada solamente por él, su esposa y tres ayudantes. Tres pisos en distintos niveles, conectados por escaleras muy amplias. Y pasillos que se extienden sin aparente orden. Deduzco que este lugar fue construido en muchas etapas, seguramente a partir de una casa colonial clásica.

Las paredes de todas las habitaciones están cubiertas de estanterías repletas de libros. Incluso hay libros sobre los muebles de la sala y los pasillos. La mayoría son libros viejos, que emiten ese seco olor a polvo tan característico.

Paseo entre las habitaciones, buscando algo que me ayude a regresar después, con un pedido de allanamiento formal. Alguna obra de arte que haya sido evidentemente robada, o lienzos a punto de ser embalados. Incluso la simple imagen de un santo me sería útil para registrar este lugar como es debido.

Pero parece que dentro de estas paredes sólo hay libros y más libros. No puedo correr el riesgo de detenerme a verlos uno por uno y determinar si son volúmenes incunables recientemente sustraídos de alguna biblioteca particular.

Giro en una esquina, y al final del nuevo pasillo descubro lo que parece ser una entrada al ático.

Miro el reloj, no me quedan más de cinco minutos. Pero debo tomar el riesgo.

Voy corriendo y jalo de la manija. Una escalerilla de madera cae violentamente, haciendo que salte a un lado para evitar ser golpeado.

Me quedo en silencio unos instantes. No hay otros ruidos. Creo que el único ayudante que se encuentra en la casa no se ha percatado del golpe.

Subo suficientes escalones como para asomar la cabeza y ver que hay dentro. Pero está completamente oscuro, la luz del pasillo no entra en ese ático más que unos centímetros. La linterna del celular debería ayudar para estas situaciones.

La débil luz ilumina un sinfín de rostros de ojos muertos.

Tardo un instante en reponerme del susto, sobretodo porque casi me caigo de la escalerilla.

Son sólo un montón de imágenes de santos y vírgenes... qué tonto asustarme con eso... ¡es justo lo que busco!

Tomo unas cuantas fotografías antes de fijarme en la hora. Tengo menos de dos minutos para salir.

Dejo la escalerilla como está y salgo corriendo por donde vine. Volteo en un pasillo, en otro, bajo las gradas muy silenciosamente y espero no encontrarme con nadie.

Entonces escucho una puerta cerrándose. La puerta de la calle, que el ayudante dejó abierta para que pudiera salir. Ahora estoy encerrado.

Subo las gradas de nuevo, procurando no hace ruido. Desde abajo escucho que dos personas hablan, una de ellas aparentemente está muy molesta. La voz se me hace conocida, pero no logro escuchar bien las palabras.

Cuando alcanzo el segundo piso, escucho el sonido de una cachetada. Por cierto muy fuerte.

Recuerdo todas las puertas por las que asomé. Había una habitación especialmente empolvada, seguramente que nadie entra en ella a menudo. Luego de dar un par de vueltas, la encuentro, al mismo tiempo que escucho pasos que llegan a este piso.

Abro la puerta y la cierro tras de mí, lo más silenciosamente posible y esperando no ser encontrado.

En el centro de la habitación hay una mesa, con algo encima, todo cubierto de polvo. Y libros en las estanterías, como en el resto de la casa.

Me acerco a la mesa. La curiosidad puede más que mi instinto de supervivencia.

Los objetos empolvados son al parecer forros de libros, antiguos, de cuero. También hay unas tijeras y navajas, y un enorme tarro de goma. Justo debajo de la mesa descubro también una madeja de hilo muy grueso, junto con un par de agujas algo gruesas.

- ¿También eres aficionado al arte de empastar libros?

Una voz juguetona surge justo detrás de mi. No llego a voltear porque algo golpea fuertemente mi espalda, haciendo que caiga sobre la mesa empolvada. Las partículas se meten en mi nariz, provocando inmediatamente un ataque de tos.

Una mano fuerte agarra mi hombro izquierdo y me obliga a girar.

El "villano" me ha descubierto. En una mano sostiene uno de esos atizadores de hierro, que seguramente fue lo que golpeó mi espalda. Mi pensamiento se enfoca en el dolor de mi espalda. Puede que me haya roto un par de costillas. Mientras tanto, el rostro del otro se llena primero de sorpresa, y luego de ira.

- ¿No estabas muerto? Esos inútiles no hicieron su trabajo. ¡Saturnino!

El ayudante que me ayudó a ingresar tarda unos instantes en asomar tímidamente por la puerta. Tiene una mejilla muy roja, seguramente por la cachetada que su empleador le propinó hace un instante.

- Amárrale bien las manos. No me importa si se le gangrenan, asegúrate de que no pueda escaparse.

El hombre menudo se acerca y empieza a buscar en sus bolsillos antes de sacar un buen pedazo de soga. Me obliga a juntar las manos sobre el vientre antes de empezar a hacer unos nudos muy intrincados sobre mis muñecas. El "villano", por su parte, ha sacado de su abrigo un libro empastado, aparentemente nuevo, y ha empezado a pasar las hojas apresuradamente, buscando algo.

Al terminar su labor, el ayudante hace una venia y se retira.

- ¿Sabes? Creo que incluso esto estaba previsto. "Un falso muerto regresará, pero sólo para ser encadenado de nuevo". Nunca pensé que esas líneas se referirían a ti.
- ¿Esperabas a un muerto más famoso?
- Sí, al menos uno sin sentido del humor. No sé si te das cuenta de lo que está en juego aquí.
- Mucho patrimonio cultural mobiliario que...
- ¡No juegues conmigo! Sé quién eres, y sé que no te interesa mucho proteger ese patrimonio del que tanto hablas. Buscas proteger cosas más importantes. Por eso tomas tantos riesgos... como meterte en mi casa a husmear.
- Has destruido algunos libros realmente antiguos, eso te va a meter en problemas.
- ¿Esos pedazos de cuero de la mesa? No son más que cascarones. Lo verdaderamente importante es este libro.

Mueve el libro frente a mi rostro, como pavoneándose de él. Ahora que lo veo de cerca, sus hojas son realmente antiguas, solamente el encuadernado es nuevo.

- ¿Recuerdas la primera vez que nos cruzamos?
- No muy bien, si no me equivoco eras sospechoso del robo de los registros de nacimiento de la parroquia de Cusco... del 1600 y algo.
- Cierto, y deberías decir que soy culpable de ese robo. Bueno, yo no los robé, pero alguien lo hizo por mí. Parte de tus preciados registros están en la mesa.
- No entiendo. ¿Robas libro antiquísimos sólo para armarte una nueva agenda con sus hojas en blanco? Tienes un gusto extraño y peligroso, legalmente hablando.
- No precisamente. En realidad esos registros fueron un paso más, de un total de siete.
- ¿Siete?
- Sí, y no sabes cuánto me consiguió conseguir los restantes.

Con un movimiento rápido, el "villano" toma mis ataduras y me empieza a arrastrar hacia la puerta. Trastabillo un poco, pero no consigo caerme. Parece que no me queda más que seguir el juego.

- ¿Alguna vez jugaste a la búsqueda del tesoro, muerto falso?
- No, nunca, pero sé de qué se trata.
- Supongo que no te dejaban jugar porque hacías trampa, como hacerte el muerto. Sigo sin entender cómo lo conseguiste, pero no es algo que importe, ¿verdad? En fin, verás, estoy en medio de un juego de búsqueda del tesoro.
- Interesante, supongo que al final se encontrará El Dorado, o algo así, ¿no?

Mal momento para provocar a mi captor. Como estamos cerca de las escaleras, me empuja hacia ellas. Al no poder mantener el equilibrio, caigo y ruedo unos cuantos escalones. No creo haberme hecho daño, pero los golpes han sido dolorosos.

- Verás, hace como 30 años encontré la primera pista. O mejor dicho, las instrucciones para armar la una única pista. Al final de uno de los más antiguos libros de mis abuelos habían unas hojas, escritas con tinta y rasgos diferentes a la del resto de la obra. No sólo diferían en estilo, sino que contaban una historia saltándose páginas. Además de incluir en la última hoja una lista de libros antiquísimos. En ese momento pensé que algún bromista había arrancado algunas páginas, pero luego me dí cuenta de que no fue así. El empastado estaba intacto, no faltaba ninguna hoja. Y entonces fue que la suerte llamó a mi puerta. Un antiguo amigo de mi abuelo le regaló unos cuantos libros. Al final de uno de ellos, encontré más de esas páginas que se salteaban. Y el título del libro regalado estaba en la lista del final del primer libro.

Mientras hablaba, ha bajado las escaleras muy lentamente. Al llegar a mi lado agarra de nuevo mis ataduras y me obliga a ponerme de pie.

- ¡Saturnino! Prepara el auto, tenemos que salir.

Pienso lo peor. Seguramente en unas horas apareceré tirado al borde de alguna carretera o al fondo de un abismo o quebrada. Y esta vez no habrá ningún anciano para salvarme. Y estúpidamente no le pedí que me diera algo para ayudarme en esta incursión. Nada. Ni una pluma mágica ni un bolso absurdo.

- Entonces, durante unos 15 años, busqué y encontré los otros cinco libros que faltaban. Y es así como obtuve este valioso libro. "Los Siete Tomos de Santa Ana". O, como yo prefiero llamarlo, mi pequeño manual hacia la grandeza absoluta.

El hombre definitivamente está loco. Pero, es retrospectiva, explica todo lo que ha hecho para llegar a este momento. ¿Acaso ese libro lo llevará a un tesoro realmente valioso? Tal vez la leyenda de los cargamentos de oro y plata que iban camino a Cajamarca y terminaron desapareciendo luego de la traición de los conquistadores sea cierta. ¿Pero haber hecho tanto sólo por unos cuantos lingotes de metales valiosos? No, algo dentro mío se agita. El "tesoro" que el hombre busca debe ser algo terrible, algo que no se puede alcanzar con dinero ni con influencias. Pero, ¿qué?

El rugido de un motor anuncia que Saturnino ya preparó el auto y espera en el patio. El "villano" se apresura. Es como ver a un niño muy perverso justo antes de que abra sus regalos de cumpleaños. Regalos que ha ido acumulando tediosamente desde hace más de treinta años.

- Pero descuida, chico. No vas a morir hoy.

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