- ¿Tan desesperada estás?
Una voz metálica sale de un parlante. Uno de esos que parecen un cuadrado con una red, colocado en una de las paredes de la habitación. Un botón azul en la parte inferior se mantiene permanentemente encendido.
- ¿Tan desesperada estás?
La pregunta se repite.
Una mujer en medio de la habitación levanta la vista de sus libros y anotaciones. Lleva un par de gafas sobre la nariz y otros varios pares colgando de su cuello. Se acerca presurosamente al parlante y utiliza una regla muy larga para presionar el botón azul.
- No quiero más bromas. Estoy muy ocupada.
- No has salido de allí en dos días. Estoy seguro de que necesitas comer algo, además de un buen baño.
- Traje algo de comida. Y estoy sentada casi todo el tiempo, no necesito bañarme.
- Claro que necesitas, sucia.
- Calla, entrometido, y déjame trabajar.
La voz metálica sigue hablando, pero la mujer ya no le presta atención.
Ella se inclina de nuevo sobre sus anotaciones. Lleva meses a punto de alcanzar algo que le es esquivo. Un detalle, una minucia, algo que le impide llegar a las respuestas finales del trabajo de años. Algo que, sin querer, la está enloqueciendo de a pocos.
***
- Hemos dejado de recibir tantos fondos como antes.
- Tampoco podemos recibir tantos internos y practicantes como antes.
- Deberíamos empezar a cobrarles desde ahora, aún tenemos renombre, aún podemos aprovecharnos de eso.
- Tal vez si vendemos algunos edificios que ya no usemos... o algunos terrenos baldíos dentro de nuestro campus.
- A este paso el Estado dejará de darnos dinero.
- Estamos arruinados, no publicamos nada en meses.
- La culpa la tienen los políticos, antes nos iba bien.
Una habitación está llena de científicos y administradores que no dejan de hablar sobre lo pésimo de la situación. Es una murmurante masa blanca, negra y humeante, pues algunos de ellos están fumando cigarros.
Las puertas del salón se abren de par en par. Una mujer con el cabello mal peinado y el rostro notoriamente pálido entra a la habitación, agitando una enorme carpeta de manila en una mano y una hoja en la otra.
- ¿Después de todo estos años, me van a botar? ¡Estoy a punto de descubrirlo!
La masa de personas se queda callada y empieza a abrirse conforme la mujer camina de un lado a otro, como si tuviera miedo de entrar en contacto con ella. Las palabras salen de su boca atropellándose, haciendo difícil que se le entienda. Menciona sus estudios de años de duración, los avances que realizó, los pupilos que formó. Les echa en cara de que ella es la que más ha producido, la que más ha investigado, la que más ha experimentado.
- Hasta que te estancaste en un proyecto que nadie entendía ni entiende. Y perdiste todos tus pupilos y no publicaste ni una nota de media hoja.
La masa humana habla con una sola voz, un sonido unísono que rebota en las paredes decoradas con cintas de colores rojo, azul y blanco.
- Pero no pueden botarme, ya casi lo he logrado, no necesito más de unas horas.
- Ésta es una reunión de despedida, Elizabeth, de tu despedida.
- No, aún no puedo irme. Sería un... un crimen... algo imperdonable. Ya casi lo he logrado.
- Lo mismo dijiste durante años, es hora de que descanses en tu casa.
La masa avanza un paso hacia la mujer, que de nuevo empieza a gritar y agitar sus manos y papeles, como si fuera una ave muy vieja que se ha caído de un árbol.
Aún gritando, la mujer desaparece dentro de la masa, que ahora parece una uniformidad gris.
***
Los años han pasado.
el escritorio de esa mujer desesperada ahora está cubierto por una gruesa capa de polvo, y muchos de sus escritos y anotaciones se han convertido en pasto de las polillas. El edificio ha pasado a un doloroso olvido enmarcado en sus enormes muros de concreto. Lejos de algún asentamiento populoso, se ha convertido en el fósil de un sistema caído y en la tumba de numerosos sueños.
Un auto rompe el silencio sepulcral del atardecer y acelera hacia la mole gris.
Un hombre alto y con un sonrisa ambiciosa desciende, seguido de otro algo bajo y encorvado. El primero se limita a meter las manos en sus bolsillos y seguir sonriendo, mientras que el otro parece sorprenderse con las proporciones del edificio.
- Un edificio tan grande y abandonado...
- Y tan lleno de cosas que me interesan. Ella trabajó aquí por última vez antes de ser internada en un hospital mental. Nunca salió de allí, debió gustarle más que este edificio tan triste.
- ¿Porqué vinimos? Pensé que buscaríamos en ese hospital.
- No habríamos encontrado nada. Ahora debemos entrar...
- ¿No nos van a castigar?
- Sólo si no descubren, cosa que no pasará. Entraremos juntos, buscaremos su gabinete, que debería quedar en el ala este, y tomaremos todos los documentos que encontraremos en él.
- ¿No deberíamos pedir permiso...?
- ¿A un "estado" que dejó de existir hace años? Mira, Saturnino, no hemos venido hasta aquí para asustarnos.
- Pero...
- Vamos a entrar, y todo va a salir bien. Necesito esos escritos, esas notas.
Los hombres se acercan al edificio. Han sacado del auto algunas herramientas para abrirse paso a través de rejas y puertas.
Más tarde encontrarían unas cajas llenas de apuntes, todos firmados por E.A. Los llevarían de vuelta al auto en varios viajes. Y días después el villano pasaría horas frente a ellos, desentrañando los avances de aquella mujer, devorada por la caída de un sistema hace más de veinte años. Se daría cuenta de que no llegó a terminar de formar su gran teoría, pero que no sería necesario, porque él contaría en algún momento con ese "algo" que le faltó a esa mujer.
Ese "algo" que sólo él ya casi tiene entre manos.
Y tal vez en su tumba, si tenía una, Elizabeth Axus sonreía. Finalmente toda su vida cobraría sentido aunque ella fuera sólo un personaje secundario, alguien desdibujado en el fondo de un gran retrato.
***
- Elizabeth Axus no es un nombre común para una científica rusa.
- Probablemente ése no era su verdadero nombre. Creo que tomó "Elizabeth" en honor a la gran reina de Inglaterra, una especie de saludo feminista. Mientras que "Axus" viene de la palabra latina para "eje", que es uno de los conceptos a los que más recurría para explicar sus teorías, mencionando los diversos ejes que rigen el movimiento y formación de la tierra.
- ¿Cómo es que nunca oí de ella?
- Porque la historia la escriben los vencedores, los que enarbolan las banderas del sistema más fuerte. Y la historia de la ciencia o la geología no escapa a esa regla. Puede que su nombre, o su alias, se encuentre en algún texto sobre datos curiosos o teorías que la gente considera ridículas.
- Con todo respeto, la teoría de la Órbita Dorada es ridícula. La ciencia de nuestros días ya habría confirmado o descartado la presencia de las dos grandes placas tectónicas que dividen al mundo en dos mitades exactas.
- Precisamente, es una teoría, no una ley. Y yo voy a comprobarla.
La risa del villano resuena entre las paredes de su casa. Su mujer lo contempla con un gesto aburrido. Dentro de sí está sintiendo ese choque entre emociones: el temor de haberse casado con un hombre de mente débil y creencias tontas, y el temor de haberse casado con un hombre terrible de ideas peligrosas.
Con un gesto desganado, la mujer señala unos libros viejos que están aún envueltos en un lienzo blanco.
- Eran de mi padre, y de mis abuelos... de mi familia en general. Te veo tan animado con la idea de tener una colección de libros incunables que se los pedí.
- ¿Cuánto te costaron, preciosa?
- Nada, de todos modos iban a ser míos tarde o temprano. Y ninguno de mis hermanos parece preocuparse por recibirlos en herencia. Son tuyos ahora...
- Nuestros, querida.
- Bueno, nuestros. Saturnino y Neptalí ya está terminando de instalar los anaqueles.
- ¿En todas las habitaciones?
- Y en los pasillos también, como lo pediste.
- Perfecto.
- ¿Y me trajiste algún recuerdo de Rusia?
El hombre saca un paquete y lo entrega a la mujer. Dentro del envoltorio hay una de esas muñecas rusas que contienen otras muñecas dentro.
- No eres creativo para los regalos, ¿verdad?
- No, no lo soy.
- Al menos eres creativo para otras cosas.
El sofá en el que está sentado el villano cruje cuando él se acomoda en él.
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