He pasado los últimos tres días tendido en una cama, sin poder levantarme excepto para ir al baño.
La terapia fue dura.
Me llenaron los dos brazos de vías intravenosas, y ahora ambos están morados y adoloridos. Tuvieron que actuar así porque no sabían lo que sucedía conmigo. No sabían qué me inyectaron el momento del ataque. No podían deducir si era una neurotoxina, un virus o cualquier otro compuesto igual de dañino. Habían momentos en los que mi cuerpo ardía de fiebre y otros en los que se llenaba de escalofríos. Vomitaba todo lo que comía y cuando probaba algún líquido me sabía a azufre. Eso sin contar que mi cuerpo temblaba la mayor parte de tiempo y que mis brazos o piernas se paralizaban de rato en rato.
El viejo me advirtió que no husmeara más en el barrio de Santa Ana. Que hay gente peligrosa y de familias antiguas. Que también hay gente violenta de familias recién llegadas. Que no es una zona apropiada para estar haciendo preguntas en las tiendas y los bares.
Pero igual lo hice.
Estaba saliendo de una de ellas cuando alguien me arrebató la mochila y empezó a correr. Lo seguí hasta que se escondió dentro de una casona antigua y abandonada. No lo pensé dos veces antes de entrar. Ése fue mi error. Una vez dentro y cuando ya había pasado el primer patio sin poder encontrar al ladrón, me rodearon dos hombres y una mujer. Mientras los hombres me sostenían, la mujer se me acercó, me quitó un zapato y la media y me separó los dedos del pie.
En ese instante me reí. No sólo por el hecho de que tengo cosquillas en los pies, sino porque me parecía lo más ridículo que se le podía hacer a alguien para asaltarlo.
Mi risa se detuvo cuando la mujer sacó una jeringa llena de algo y me clavó la hipodérmica entre el dedo gordo y el índice del pie derecho. Intenté escapar de la punzada pero los hombres me sostuvieron con mayor fuerza. La mujer volvió a ponerme la media y calzarme el zapato mientras el chiquillo salía de la nada llevando mi mochila.
- No rebuscaste dentro de sus cosas, ¿verdad? - le preguntó la mujer al niño.
- No, para nada mamá. Ni un bolsillo.
- Más te vale. Si falta algo nos encontrarán y diré que tu y tus amigos terokaleros tuvieron la culpa. Nunca nos volverás a ver.
Uno de los hombres le quitó la mochila al niño y me la puso en la espalda. El otro me empujó hasta la salida de la casona.
Una vez fuera dí unos pasos, desconcertado. Instintivamente intenté detener un taxi, pero mi cuerpo empezó a ponerse cada vez más pesado. Salí hasta la vía principal, aun estirando el brazo. Un taxi se detuvo a mi lado, pero al ver mi estado volvió a acelerar.
- Te dije que no vinieras. Chico tonto.
El anciano salió de la nada. es lo último que recuerdo antes de despertar en la clínica con todas esas vías metidas en la piel.
Mi cuerpo aún está adolorido y torpe. Los médicos me dijeron que ya no es efecto de lo que me inyectaron, sino de todas las cosas que me tuvieron que meter y que mi cuerpo está intentando eliminar.
Mi tía entra y pone un montón de periódicos sobre mi mesa de noche, sin decir una sola palabra. Está molesta conmigo pero a pesar de eso me está cuidando, antes de que me vaya a mi departamento, donde de nuevo estaré a mi suerte.
El primer periódico es de hace seis días, del día siguiente a la noche que me atacaron.
"Joven encontrado muerto y sin documentos en Santa Ana. Causa de muerte no establecida."
Repaso el titular y la noticia en una de las hojas interiores. Todos los datos me describen y describen también la noche en la que fui atacado.
Sonrío ligeramente.
A pesar de ser tan estricto, el viejo me está ayudando. Sabe que es conveniente que los que quisieron matarme crean que lo lograron. Seguramente usó alguno de sus artefactos extraños para asegurarse de eso. No sé, un muñeco o un par de zapatos o algo así.
Le debo una.
Hace tres días que salí de la clínica y ya me pican las manos y los pies. Quiero ponerme de pie para seguir investigando.