Más de medianoche.
Mi celular suena insistentemente... ¿porqué no lo apago para dormir?
Espero a que la llamada se corte por sí sola. Pero luego de unos segundos vuelve a sonar.
Una parte mía me dice "contesta, podría ser una emergencia" y yo le respondo "si fuera una emergencia familiar, llamarían a la casa, y tengo pocos y bien seleccionados amigos, ninguno de ellos se metería en problemas a estar horas del día, al menos no en problemas en los que yo podría resultar útil".
De nuevo la mesa de noche empieza a vibrar.
La pantalla me indica que alguien, escondido tras de una identidad oculta, intenta comunicarse conmigo. Alguien me comentó hace poco que pronto ya no habrían más llamadas de este tipo, porque todas las empresas telefónicas móviles quitarían esa capacidad de ocultar la identidad del que llama. Por medidas de seguridad, o algo así. Será el final de los acosos, de esas escalofriantes y molestas llamadas en las que sólo se percibe una respiración profunda al otro lado, o un tema musical que se supone debe significar algo para el que lo oye.
La pantalla se apaga. Estoy intentando conciliar el sueño cuando de nuevo suena.
Es alguien insistente, sin duda alguna. Puede que en verdad tenga algo que decir, algo que comunicar. Todos tenemos algo que comunicar, siempre, pero no siempre elegimos el momento más adecuado, como la medianoche de un día de semana.
Ahora la pantalla me muestra un número. Mi memoria no puede relacionar los dígitos con algún numero que yo conozca. Tampoco es el número que aparece cuando la llamada proviene de un teléfono público.
Mi pulgar se desliza y presiona la tecla de contestar. Al otro lado hay silencio por un rato.
Una voz que recuerdo vagamente me saluda desde el otro lado.
Un torrente de recuerdos me invade.
En su momento fueron dulces, pero ahora todos me llenan la boca de un sabor amargo. Es como cuando te guardas un pedazo de tu pastel favorito, al inicio estará fresco y delicioso, pero conforme pase el tiempo sabrá cada vez más agrio y te enfermará.
La voz habla, pero no escucho las palabras que dice. Sólo la voz misma, ese sonido que llega a mí como si estuviera a lado de esa persona. Me resulta imposible tener una idea de lo que está diciendo.
El sopor de la marejada de recuerdos me dura sólo unos instantes.
- Eres una llamada no bienvenida.
- Escúchame, es realmente una emergencia.
- No importa. Además, es obvio que tu cuerpo está lleno de alcohol, se te nota en la voz.
- Puede que si, pero tienes que...
- ¿"Tengo que..."? Que yo recuerde, ese tipo de afirmaciones vulneran la capacidad de la persona de disfrutar la vida.
- Mira, escúchame y déjate de...
- ¿Quieres conocer a mi amigo Click?
- No me importan tus amigos ni...
Corto la llamada y pongo el celular en silencio.
Tengo que volver a dormir, mañana será un día pesado y debo empezar temprano.