Él nunca quiso ser alguien importante. Jamás se imaginó al frente de miles de personas, simbilizando una causa y encarnando un ideal.
Pero ya es demasiado tarde para retractarse. Está al frente de un pueblo que lo venera y respeta, que sólamente puede ver a un brillante salvador bajo una pesada armadura. Y a su lado, firmes ante la batalla que se aproxima, hay un selecto grupo de caballeros dispuestos a entregar sus vidas por él.
Él aborrece la escena.
En sus manos sostiene la pesada espada que lo ha condenado a este destino. Muy dentro de sí se maldice a sí mismo. Sí, la espada es la que lo mantiene en esa escena, pero fue él quien decidió tomarla para sí, movido por un tonto capricho juvenil.
Los cuernos del enemigo resuenan fuertemente en las paredes del valle que se convertirá en el escenario de la batalla. Pronto todo dejará de ser verde y marrón para salpicarse de rojo y plata.
La visión lo obliga a cerrar los ojos. Al abrirlos quiere estar de nuevo en su hogar. Humilde y pequeño, pero tranquilo y con obligaciones simples. Lejos de ceremonias, juramentos, espadas, ejércitos, batallas, romances y traiciones. Una vida simple, sin grandes emociones ni riesgos innecesarios.
Vuelve a abrir los ojos. La luz del amanecer hiere sus ojos.
Sigue de pie al frente de un pueblo guiado por ilusiones que no comparte con ellos. Sus voces se levantan en el aire, aclamando su nombre. Ellos confían en él, pero él no confía en sí mismo.
- Esperamos por sus órdenes.
El caballero parado a su derecha lo mira fijamente.
- Usted nos guiará a la victoria con esa espada.
- Nuestro sueño de unidad se hará realidad si permanecemos a su lado.
- La gloria nos espera, ordénenos.
- Caminemos juntos por la senda de lo magno.
Todos los demás caballeros clavan sus miradas en él, espectantes y ansiosos. Sus palabras se pierden en un murmullo.
Sus dedos se aferran al mango de la espada. La hoja es pesada y le es difícil levantarla, pero aún así lo logra.
La luz del amanecer pinta de dorado la espada, desde la punta de la hoja hasta la base de la empuñadura. Los hombres detrás de él levantan sus armas al cielo y gritan alegremente. Los caballeros se bajan los yelmos y desenvainan sus espadas.
Es demasiado tarde. Ya no puede salir del personaje.
Su boca grita unas palabras que no logra escuchar. Sus pies comienzan a correr hacia adelante.
Él nunca quiso ser un héroe.