21 Espejos

- Originalmente, el Sol y la Luna debían brillar juntos en el firmamento.

El anciano sale sorpresivamente de su sopor y empieza caminar por la habitación. Con una energía extraña en alguien de su edad, abre las cortinas del enorme ventanal que da hacia el patio.

El cielo está teñido de un rojo muy suave. El sol aún no se ha terminado de esconder en el horizonte. Un par de aves pasan volando rápidamente, seguramente se dirigen a un lugar donde dormir.

- El Sol y la Luna son hermanos, verás. Al inicio siempre competían para ver cuál de los dos salía más temprano para animar al mundo. Esos días eran muy intensos, dos globos incandescentes nos iluminaban y todo parecía ser más rápido, más liviano.
- ¿Y qué pasó? ahora nunca salen juntos... a menos que haya un eclipse.



Las manos temblorosas del anciano agarran un espejo que está colgando de la pared. Se contempla en él mientras retrocede hasta sentarse en el sofá. Parece satisfacerle la imagen de un rostro arrugado que entrecierra ligeramente los ojos.

- El Sol conocía muy bien a la Luna, y sabía que ella era muy vanidosa. Pero la Luna solamente tenía un espejo en el que se miraba antes de salir al firmamento. Primero el Sol le envió muchos polvos de colores e innumerables adornos. Pero la Luna era ágil, y en un santiamén ya estaba completamente arreglada y salía junto al Sol. Él, molesto, le arrebató todos esos objetos, y entonces la Luna salía sin mucho ornamento. Entonces al Sol se le ocurrió otra idea. Empezó a buscar espejos que no reflejaran la verdad, sino que la distorsionaran ligeramente. Consiguió veinte de ellos. Algunos coloreaban de algún color específico el reflejo, otros hacían que las figuras se torcieran, otros que el reflejo pareciera del pasado o del futuro. Empaquetó cuidadosamente los espejos y se los regaló a su hermana.

Afuera el cielo ya se ha oscurecido. Tímidamente, detrás de una nubes, la luna empieza a asomarse.

- Desde esa vez la Luna, vanidosa como ninguna otra, observa su reflejo en cada uno de sus veintiún espejos. Simplemente no puede evitarlo. Al hacerlo no solamente se atrasa, también se cansa. Por eso su brillo es pálido y débil. Y es por eso que el Sol siempre es el primero en salir a iluminar al mundo.
- ¿Porqué cuentas eso?
- Si quieres ganarle, puede que necesites regalarle unos espejos, o un espejo.
- No es del tipo vanidoso, no creo que gaste más de diez o quince minutos para arreglarse. Y tampoco pienso regalarle cosméticos.
- Hazme caso, por esta vez. Ve al piso de arriba, entra al baño de la alcoba libre y busca en el primer cajón del tocador. Encontrarás un espejo, pero procura no verte en él. Envuélvelo y envíaselo por medio de otra persona para evitar suspicacias.
- No sé... conociéndote, es un espejo terrible, con alguna habilidad retorcida.
- Lo es, si no no lo tendría, ¿verdad? Te daría éste que está en la pared, pero hace que lo que se refleja en él se vea en su mejor momento. Me ayuda mucho, ¿sabes? Me levanta el autoestima.
- No me agrada hacer uso de tus trucos raros.
- Pero te agrada ganar. Así que deja de pensar en el cómo  y haz lo que te digo.

Antes de que me de cuenta, mis pies ya están subiendo de a dos las gradas que llevan al segundo piso. Entro a la alcoba libre, como siempre cubierta de una capa de polvo bastante gruesa, y empujo la puerta del baño. Está lleno de telarañas. El cajón cruje un montón cuando jalo de él. Dentro hay una montón de cosas: cajitas de cartón, pedazos de madera, objetos de metal, toallas apolilladas. Meto los dedos debajo del desorden y empiezo a tantear. Luego de un rato me topo con algo frío.

Es el marco de un espejo.

Lo saco cuidadosamente. Está boca abajo, de modo que no puedo ver mi reflejo. Lo meto debajo de mi casaca, evitando mirarlo, pero un rabillo del ojo llega a ver el reflejo movido en él.

- Pero qué forma de llevar la casaca... ¡debería usarla más larga! No se le ve bien.
- ¡Y ese cuello de camisa! ¿Quién plancha su ropa? ¿Un ciego?
- Los ojos... ¡los ojos! No le vendría mal un poco de colirio.
- ¡Y esas ojeras! A este chico le recomendaría dormir más de ocho horas al día.
- ¡Ese peinado! Es un buen peinado... ¡pero no da con su rostro!

Miro alrededor. No hay nadie más en la habitación.

Debería estar acostumbrado a que cosas extrañas sucedan cuando agarro algún objeto de este lugar.

Al salir al pasillo escucho la puerta de la habitación del anciano cerrarse. Es su forma de despedirse.

¿A quién utilizaré para entregarle este espejo a su destinatario?