- Talvez duerme cuando no lo ves. Talvez duerme cuando tú también duermes.
- Imposible. Él mismo me ha dicho que no duerme.
- ¿Nada de nada?
- Ni una pequeña siesta.
- Ya estaría muerto. Es imposible para un ser humano no dormir.
Volteo a verlo. Está sentado a unos metros, frente a su computadora. Se ve tan normal como siempre, es decir, parece relajado pero la tensión de su espalda y cuello revela que está muy alerta a todo.
- Estoy seguro de que él no duerme.
***
Estamos regresando de un viaje. Cada cinco o seis minutos, siento que me quedo dormido. Es como esas cabeceadas en la aburrida clase de matemáticas. A mi lado, él se mantiene despierto y alerta. Lo reconozco, me es difícil dormir a lado de alguien que aún está despierto.
- ¿No estás cansado?
- Sí. Ha sido un viaje pesado.
- ¿Entonces porque no te duermes?
- Yo nunca duermo.
- ¿Porqué?
- Porque si no duermo, entonces no hay forma de que sueñe.
No sé si es la somnoliencia del viaje de retorno, pero no puedo creer lo que acabo de oír.
- ¿Cómo?
- Es simple. Dormir es la única forma de soñar. Si no duermo, entonces no soñaré.
- ¿Y cuál es tu problema con los sueños?
- Que no los puedo controlar.
El auto salta gracias a un bache en la carretera. No es un salto grande, pero sí lo suficientemente fuerte como para hacer rodar un poco sus lentes de sol, revelando sus ojos. Están rojos, irritados. Sólo verlos hace que me lleve las manos a los ojos, como si sintiera una comezón en ellos.
- Tus ojos...
- ¿Irritados? Seguramente. Ha sido un día muy largo, creo que me cayó algo de sol directamente en ellos.
Con un movimiento, se volvió a acomodar los lentes y siguió mirando al frente, como si nada. En ese momento, la curiosidad hace que mi cansancio desaparezca del todo.
- ¿Y cómo lo haces?
- Café, dieta especial, más café, meditación, más café.
No sé que más decirle. No es alguien de muchas palabras.
- ¿Porqué no te gusta soñar?
- Ya te lo dije, pierdo el control.
- Pero son solo sueños, no hay problema si pierdes el control.
- Para él, sí lo hay.
El psicólogo del Instituto se asoma desde el asiento de atrás. Hasta ese momento, no recordaba que estuviera viajando con nosotros.
- El gran problema de tu compañero es que le tiene una aversión tremenda a la libertad, a los riesgos, a la vida misma.
- Sólo me gusta mantener el control.
- ¿Qué sucedería si no puedes controlarlo todo?
- En ausencia de control, el caos reinaría.
- No, no creo que eso suceda. Si pierdes el control, serías tú mismo. Y no quieres que nadie vea al verdadero "tú", ¿verdad?
- Nunca me gustó la psicología.
- A mí tampoco.
Añado eso para cortar con la discusión de una vez. No quiero malograr el recuerdo de un día tan interesante fuera de los muros del Instituto. En especial gracias a la manía del psicólogo de intervenir a cualquiera en cualquier momento.
- Vamos, hagamos un ejercicio...
No es momento para sus ejercicios, profesor.
El rostro del psicólogo se tiñe de rojo. No es una buena idea mandarlo a callar cuando no ha acabado una frase. Si esperas que termine su propuesta y simplemente le dices que no, se irá a caminar a otro lado. O, en este caso, se sentará de nuevo y no molestará en el resto el viaje.
- ¿Qué solías soñar?
- No es el momento.
- Vamos, dínoslo. O empezaré a conjeturar al respecto.
- Ahora no, profesor...
- Ya sé. Sueñas que lo pierdes todo, empezando por el control, y no puede mantener a nada ni nadie a tu lado. ¿Es eso? O mueres de forma horripilante y no puedes detener a tu agresor, eres indefenso en ese momento, no puedes controlar ni tu respiración. ¿Es eso? O talvez te encuentras haciendo cosas vergonzosas, tan vergonzosas, sólamente porque perdiste el control. ¿Es eso? O te sacas esa máscara que llevas encima y tus compañeros luego te persiguen con trinches y antorchas por toda la explanada de deportes. ¿Es eso?
- ¡No!
El eterno insomne ha girado el rostro y ahora enfrenta al psicólogo. Los lentes oscuros han salido volando por lo violento del movimiento. Sus ojos no están solamente rojos por el excesivo esfuerzo, lo están también por la ira del momento.
- ¿Entonces qué es?
La voz del doctor baja hasta perderse en un susurro, mientras regresa a su posición en su asiento. Mi compañero se queda un rato estático.
- No es nada que le importe a nadie.
No se volvió a poner los lentes en el resto del viaje. No me atrevía a mirarlo por la extraña sensación que me producía ver unos ojos tan despiertos pero a la vez tan enrojecidos. Y tampoco pude dormir.
El único recuerdo claro de ese viaje es toda esa escena en el bus, regresando al Instituto.
***
- ¿Cómo estás tan seguro?
- Simplemente, lo estoy.
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