- Son un recuerdo extraño.
- No creo poder calificar un recuerdo como "extraño" o "normal". Son simplemente recuerdos, nada más.
Sobre la mesa de noche hay un pedazo de tela blanco y arrugado. Y sobre él un par de clavos algo gruesos y ligeramente negreados. La mujer toma uno de los clavos con una pinza y lo empieza a ver de cerca. Lleva en el rostro la misma expresión de una mujer creyente al contemplar una reliquia sagrada.
- Es increíble cómo algo tan feo te puede ayudar a verte más bonita.
- Ahora tenemos mejores inventos, ¿no crees? Sobretodo menos peligrosos.
- Cierto, pero le han quitado todo lo mágico a este proceso. Ahora tráeme un mechero.
- ¿Vas a rizarte el cabello?
- No.
- ¿Entonces para qué quieres el mechero?
- ¿No me lo puedes traer simplemente?
- Si no lo vas a utilizar, no hay razón para hacerlo.
- No me voy a rizar el cabello, pero quiero recordar el olor de estos clavos al calentarse.
- Con esto deberá bastar.
La mujer coloca el clavo sobre la llama del encendedor que le alargo y hace girar ligeramente el clavo. Un olor poco común invade la habitación. No es muy fuerte y no encuentro otro aroma parecido en mi memoria. Luego de unos minutos, la mujer sopla la llama del mechero y sostiene el clavo a unos centímetros de su rostro.
- Este olor... siempre olía este olor cada vez que sucedía algo importante: un cumpleaños, un matrimonio, un aniversario, un entierro, una graduación, una gran inauguración. Mi madre se rizaba el cabello solamente en esas situaciones. Debía verse hermosa, ser la que atrayera todas las miradas y la que estuviera en todas las conversaciones de esa reunión. Y un cabello correctamente rizado era el primer paso para alcanzar eso, según ella.
- Sin embargo, estás llorando.
- Sí, no todos los recuerdos que tengo ahora son buenos.
Con un movimiento rápido, ella seca la lágrima que rodeaba por una de sus mejillas.
- También es el olor de la última vez que la ví.
- Cuéntame.
- Era el matrimonio de mi tía Fernanda. Mis padres y yo teniamos que salir a las 5 de la tarde, pero mi madre se atrasó, justamente por rizarse el cabello. Recuerdo que entré a su habitación para apresurarla, y ella me dijo que no podía apresurar el proceso. Yo le grité y le dije que prefería no llegar al matrimonio para no llegar tarde. Corrí y me encerré en mi habitación. Escuché que mis padres discutían un rato por mi actitud, y luego salían a toda velocidad de la casa. Cuando me dormí, sólo pensaba en el pastel de bodas que me traerían cuando regresaran. Pero ellos nunca regresaron.
- ¿Qué sucedió?
- Un accidente. Salieron apresurados y molestos. No bajaron la velocidad en una curva y se salieron del camino. Fallecieron instantáneamente. Me avisaron a la mañana siguiente.
Las lágrimas ahora ruedan sin control sobre su rostro. La mano que sostiene el clavo, aún caliente y oloroso, tiembla sin control.
- Deberías poner eso en otro lado, se te puede caer encima. Te quemarías.
- Ésa es la idea.
Se mueve rápido. No puedo detenerla. De hecho, ni siqueira lo intento. Solamente me quedo mirando. Ha pegado el clavo a su antebrazo. No grita, solamente empieza a respirar más rápido. Luego de un instante separa el clavo de su piel, ahora marcada con una línea roja, y lo empieza a soplar para enfriarlo.
- No lo puedo guardar caliente. Se podría malograr al contacto con la tela.
- Eso no la va a traer de vuelta. ¿Han pasado tantos años y sigues haciendo lo mismo? Ya déjate de tonterías.
- Déjame en paz. Es mi forma de recordar. De recordarla a ella, su belleza, nuestra última discusión y su muerte. Y también mi culpa.
- Eres tóxica.
- Lo sé.
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