Las gradas se convierten en pasillos, y los pasillos conducen nuevamente a gradas que siguen descendiendo más y más. Las paredes de piedra adquieren un aspecto frágil al ser iluminadas por las lámparas que cuelgan del techo. El Director no suelta mis brazos ni por un instante, puedo sentir sus dedos como garras aún a través del uniforme. A ratos siento que trastabillo en el sinuoso camino que me obliga a tomar.
Llegamos a un pasillo completamente diferente del resto. Su piso es de mármol y las paredes están cubiertas por fragmentos de piedras negras que asemejan vidrio molido, centelleando bajo un techo completamente iluminado.
Con la mano que tiene libre, el Director abre la única puerta al final del pasillo, y entramos a un salón extraño.
Las cuatro paredes del salón están cubiertas por pequeñas plataformas, colocadas sin ningún orden aparente. A primera vista, parece una de esas salas de grabación, con paredes irregulares para captar el sonido. En medio de la habitación hay una mesa con dos sillas, y una vela amarillenta encendida en un candelabro de plata.
Viendo más detalladamente el lugar, me doy cuenta que sobre cada una de esas pequeñas plataformas hay lo que parece ser un jarrón o envase. Son todos iguales, plateados y con tapas.
- Éste es un salón enorme. No llego a ver el techo.
- Está en lo profundo de la tierra, enterrado varias decenas de metros. Me atrevo a decir que es el corazón de este lugar, de este instituto. Aunque pensándolo mejor, es la "memoria" de todo este lugar.
El Director suelta mi brazo y me empuja hacia el centro de la habitación.
- Hablarás una vez más con él.
- ¿Con quién?
Sin detenerse a contestar, el Director estira el dedo, señalando una de las innumerables vasijas plateadas de la habitación. La vasija se tambalea un instante antes de caer desde lo alto. No puedo evitar moverme hacia ella para detener su caída, a pesar de saber que no voy a alcanzarla. Sin embargo, a unos centímetros de tocar el piso, se queda flotando en el aire. El anciano se acerca a la vasija y la toma con ambas manos.
- Pesa más de lo que crees.
Con un golpe seco, deposita la vasija en la silla frente a mí.
- Pesa demasiado para contener solamente cenizas.
Lo digo por el sonido que provocó. El viejo me sonríe, como dándome la razón.
Con dedos firmes, agarra la tapa y la hace girar. Luego de unos instantes de silencio, la tapa sale completamente de su rosca y el Director la guarda en su bolsillo. Acto seguido, voltea todo el contenido en la silla. Las cenizas forman un montón que asemeja una pirámide a medio hacer, y el aire se llena de un olor áspero y seco.
- Tienes hasta que la vela se consuma. Aprovecha tu tiempo.
La puerta de la habitación se cierra. Apenas puedo ver en la profunda oscuridad. El olor que las cenizas despiden empieza a cambiar. Creo reconocer el aroma. Frente a mí, del otro lado de la mesa, siento que algo se mueve, creciendo y tomando forma en las tinieblas.
- No deberías estas aquí.
Un rostro familiar se acerca a la tenue luz de la vela.
- Nunca me prestaste atención, deberías haberlo hecho.
Su mirada expresa una mezcla de tristeza con ira. Sus dedos se aferran a mis manos fuertemente.
- Vete de aquí.
Sin dejar de verme a los ojos, él sopla la vela, pero no consigue apagarla.
- Odio este sitio.
- Somos dos. ¿Qué eres?
- Nadie. Dejé de estar aquí en el mismo instante en el que me suicidé. No soy nadie aquí, porque ya no estoy aquí.
- ¿Y cómo estás sentado frente a mí?
- Es como si vieras una foto, o una pintura. Soy algo así. Es así como funciona de este lugar.
- ¿Dónde estamos?
- Es la Sala Cenicienta. Ojalá tuviera algo que ver con el cuento de hadas. ¿Cómo llegaste hasta aquí?
- El Director me trajo. ¿Cómo estás aquí? Te enterramos.
- ¿Estuviste en mi entierro?
Hago memoria. Estuve en el velatorio, pero no en el entierro.
- No, no estuve.
- Tonto, como siempre. No puedes afirmar algo a menos que lo hayas visto.
- ¡Pero te velamos, estabas dentro de un féretro y todo!
- Eso no concluye nada.
Bajo la mirada. Es justo como lo recuerdo. Siempre fáctico, sin dejar espacio alguno a errores, incapaz de dejarse llevar por suposiciones.
- Te vas dando cuenta, ¿no?
- No del todo, ¿me ayudas un poco?
- Nunca te hablé de este lugar... espera, te lo mencioné una vez.
- Sí, con las mismas palabras que utilizaste antes. Eso no es de mucha ayuda.
- No podemos crear recuerdos, ¿sabes? Sólo tenemos los que tenemos. A menos que estemos muy enfermos de la cabeza y empecemos a fabricar nuestros propios recuerdos sin haber vivido primero las experiencias grabadas en ellos.
- Creo que hablamos de eso mucho tiempo atrás.
- Exacto, necesito que lo recuerdes, ¿si? Nunca lo olvides, es algo básico y elemental.
- Te extrañamos.
- No, no creo que lo hagan.
- Sí que lo hacemos.
- No, no me extrañan. Extrañan mis palabras, extrañan los trabajos que salían de mis manos, extrañan mis logros. Pero no me extrañan como persona.
- Esto es tan extraño...
- Todo este lugar es extraño. Ya te deberías haber acostumbrado.
La llama ve la vela se mueve ligeramente. Está llegando a su fin.
- Algo más. No es bueno apresurar las cosas, todo llega a su tiempo.
- ¿Que tiene que ver eso con todo esto?
La vela se apaga por completo. Su rostro, con una sonrisa dibujada en él, se queda suspendido un instante en el aire, antes de desaparecer en la oscuridad absoluta del recinto.
Un chirrido me indica que la puerta se ha abierto detrás de mí. Me levanto y camino por esa vereda de luz que desemboca en el pasillo de mármol. En medio de él está el Director, sentado en una silla muy simple.
- Ahora vete.
- ¿No le puedo hacer una pregunta antes?
- Ya la hiciste.
- ¿Una más?
- Ya la hiciste también.
La risa del Director resuena en el pasillo, mientras él se acomoda en la silla, como un niño que disfruta algo que ve en la televisión.
- Ya chico, vamos, simplemente haz la pregunta.
- ¿Qué era ese lugar?
- ¿Qué lugar?
- Ése lugar.
Volteo para señalar la puerta, pero me doy cuenta que estoy señalando una maciza pared cubierta por piedras negras.
- Como para perder la paciencia, ¿no crees?
- Estoy aburriéndome de todo esto.
- Menos de seis meses. Tienes que alcanzarlo, sabemos que tú puedes.
El Director abre los brazos, como si fuera a aplaudir.
- Asegúrate de seguir las lámparas. Sería el colmo que te perdieras. Nadie quiere eso.
El eco del aplauso resuena en el pasillo. Frente a mí, una silla vacía. Y en mi mente, un montón de preguntas.
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