El Santo y el Pecador

En algún momento, que pudo haber sido hace cinco siglos o la semana pasada, un santo y un pecador coincidieron en un cruce de caminos. Como ambos estaban hambrientos y cansados, decidieron detener su andar por unos momentos para compartir algo de comida y bebida y quizás una buena conversación.

El santo torció el rostro al probar el fuerte licor que el pecador llevaba consigo, y el pecador encontró insípido el pan ácimo que el santo cargaba para el viaje.

Con la sed y el hambre todavía insatisfechos conversaron sobre política, arte, comida y repitieron esos tres temas hasta que ya no superion qué decir, y se quedaron en silencio. Hay que ser honestos, que entre santos y pecadores no se pueden hablar de muchas cosas.


Luego de un rato, el pecador decidió romper con la tensión.

- Soy mejor que tú. - le espetó al santo.
- Es una afirmación en verdad extraña. - le respondió el otro. - Para cualquiera que te escuchara, sonarías como un loco. Pero, dime, ¿porqué crees eso?
- Porque soy auténtico. Cuando tengo hambre o sed, pero no tengo dinero para pagarme nada, simplemente lo tomo. Cuando deseo una mujer que no es la mía, también la tomo. Y lo mismo se aplica para las riquezas materiales y las ideas de otros. Y en público no tengo que andar con formalidades, como tú lo haces.
- Estoy seguro que más de una vez esa forma de actuar te ha causado problemas.
- Es verdad. He sido corrido de mi hogar, he perdido amigos, me han botado de trabajos. Pero nunca me importó, ¿sabes? Porque nunca tuve que renunciar a mí mismo, nunca tuve que ocultarme tras de alguna máscara. A diferencia de ti, que eres tan artificial que casi no pareces humano.
- Creo que confundes lo artificial con lo considerado.
- Es mi punto de vista. No tengo que maquillarlo como tú. Soy crudo, soy natural, soy mejor.

El santo apretó por un instante los puños, molesto por lo que escuchaba.

- Juntemos a veinte personas. Les preguntaremos quién es el mejor.
- ¿Ves? Otro detalle por el cual soy mejor que tu. No necesito que nadie me diga si soy mejor que otro. Basta con que lo sienta, no necesito confirmaciones de terceros. Tú, en cambio, tienes que actuar buscando la aprobación de los demás. ¿De qué sirve un santo si no tiene creyentes?

Entonces la molestia del santo se tornó en verdadera ira. Pero actuó según le habían enseñado, y empezó a respirar profundamente para controlar sus emociones.

- Y ése es el último detalle. Yo puedo expresar lo que siento. Si deseo golpear a alguien, lo hago, lo mismo cuando deseo abrazar, besar, insultar, elogiar... no tengo que contenerme. Soy libre, soy espontáneo, soy mejor.

Recogiendo sus cosas rápidamente, el santo dejó el lugar, no sin antes despedirse respetuosamente del pecador, que sonreía tranquilamente.

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