En algún momento, que pudo haber sido hace cinco siglos o la semana pasada, un santo y un pecador coincidieron en un cruce de caminos. Como ambos estaban hambrientos y cansados, decidieron detener su andar por unos momentos para compartir algo de comida y bebida y quizás una buena conversación.
El santo torció el rostro al probar el fuerte licor que el pecador llevaba consigo, y el pecador encontró insípido el pan ácimo que el santo cargaba para el viaje.
Con la sed y el hambre todavía insatisfechos conversaron sobre política, arte, comida y repitieron esos tres temas hasta que ya no superion qué decir, y se quedaron en silencio. Hay que ser honestos, que entre santos y pecadores no se pueden hablar de muchas cosas.
Si tienes un motivo...
- Si tienes un motivo, no lo hagas.
Más de veinte años puestos en suspenso, dependiendo de esa extraña sonrisa en su rostro. Una conversación de toda una vida resumida en una sola frase.
- No entiendo, explícate.
- Es simple, deberías entenderlo al oírlo. Si tienes un motivo, no lo hagas.
No puedo evitar inclinar mi cabeza hacia un lado. Simplemente no lo entiendo. Siempre se me dijo que cada vez que tomara una decisión, por pequeña que fuera, lo haga pensando en el objetivo que busco alcanzar al tomarla. Que nunca actuara sin motivo, sin razón alguna o sin siquiera el simple deseo de hacerlo. Y ahora todo eso se va al tacho de los conceptos.
Más de veinte años puestos en suspenso, dependiendo de esa extraña sonrisa en su rostro. Una conversación de toda una vida resumida en una sola frase.
- No entiendo, explícate.
- Es simple, deberías entenderlo al oírlo. Si tienes un motivo, no lo hagas.
No puedo evitar inclinar mi cabeza hacia un lado. Simplemente no lo entiendo. Siempre se me dijo que cada vez que tomara una decisión, por pequeña que fuera, lo haga pensando en el objetivo que busco alcanzar al tomarla. Que nunca actuara sin motivo, sin razón alguna o sin siquiera el simple deseo de hacerlo. Y ahora todo eso se va al tacho de los conceptos.
Man of a Thousand Faces
- No quiero herirte.
- Descuida, sé que no lo harás.
La hoja del cuchillo se clava profundamente en el pecho de la persona de gris. Ninguno de los dos deja de sonreírle al otro.
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