- Tienes que estar orgulloso de lo que eres, y no desees en ningún momento cambiar tu naturaleza.
El anciano se sienta a mi lado.
- No tengo problemas con eso. Acepto quien soy, nunca quise ser otro.
- Si estuvieras en lo cierto, no estarías aquí.
Me quedo callado. El salón en el que estamos sentados se va llenando de niebla. El respaldar de la silla se desvanece y parece que el suelo está temblando.
Antes de que pueda gritar veo que el viejo sostiene un remo y me hace un gesto de silencio, con el índice sobre sus labios. La niebla se disipa un poco. Ahora estamos navegando en un río. Sus aguas son oscuras y hay varias ramas flotando en él. A lo lejos, en las orillas, veo una densa vegetación, de la que provienen el sonido de varias aves que no logro identificar.
- ¿Y ahora qué hacemos aquí?
- Hay algo que deberías ver.
- ¿Qué cosa?
- Espera. - el viejo saca su reloj y lo observa cuidadosamente. - Ya debería estar por aparecer. Siempre sale a pesar a esta hora. Obseva las aguas con cuidado.
Empiezo a ver el río. No parece tener nada de especial. Sus turbias aguas parecen calmas, excepto cerca de las ramas que flotan siguiendo el sentido de la corriente, en esas partes el agua parece ser más brava que en otras.
Entonces veo dos manchas blancas flotando una a lado de la otra, en contra de la corriente. Cuando están mas cerca, puedo ver que son dos orejas, cubiertas con pelo blanco por fuera y rosadas por dentro.
- ¿Qué es eso?
- Es un conejo cocodrilo. - el anciano me alcanza un plato lleno de comida. - Para atraerlo un poco más, arrójale esto. Es Pescado en Salsa de Zanahorias. Le encantará.
Tomo el plato y volteo todo el contenido en las aguas del río. Delante de las orejas, una pequeña nariz rosada asoma por encima del nivel del agua, y comienza a oler en nuestra dirección. Luego se vuelve a esconde y las orejas empiezan a avanzar hacia nosotros, con relativa velocidad.
Por un instante, las orejas también se hunden en las oscuras aguas.
La cabeza de un conejo sale de las aguas, justo a lado del bote, mientras que con sus patas empieza a limpiarse los ojos. Luego se acerca a los trozos de la comida que están flotando y empieza a comerlos. Deja de lado el pescado y se enfoca solamente en los trozos de zanahorias y otras verduras. Toma cada pequeño pedazo con sus patas delanteras y lo mordisquea con sus dientes delanteros, dejando una pequeña mancha en el agua que no tarda en desaparecer.
Luego de comer unos cuantos pedazos, se vuelve a hundir en el agua, no sin antes tomar una gran bocanada de aire.
- ¿Qué fue eso?
- Era un conejo cocodrilo. Mejor dicho, "el" conejo cocodrilo. No hay otro como él.
- ¿Un conejo que nada?
- No, un conejo que se cree cocodrilo.
Me quedo callado. No me imagino cómo algo así puede existir.
- Hace mucho tiempo, hace años, era un conejo normal. De esos que andan saltando por los prados o están en una granja, y que comen verduras. Nadie sabe cómo, pero de alguna forma llegó a este rio y vió a un cocodrilo nadando por allí. Quedó tan impresionado que se prometió a sí mismo convertirse en uno.
- Eso es imposible. Un conejo siempre será un conejo.
- Cierto, pero eso no le importó mucho cuando tomó esa decisión. Aprendió a nadar, a contener la respiración y a moverse como lo hacen los cocodrilos. Todavía falla en ver bajo el agua. Y, claro está, nunca será capaz de comer carne, pero quiere acostumbrarse al sabor, por eso te dí ese plato para que se lo arrojaras.
- Y los otros cocodrilos, ¿no lo matan?
- No. Algunos de ellos se sienten orgullosos de que otra especie intente imitarlos. A otros les causa mucha risa, y a unos pocos los apena. Son esos pocos los que a veces cuidan de él y le dejan pasar la noche en una de sus escondrijos.
- ¿Y él cómo se siente?
- No lo sé. Soy un anciano, no un conejo cocodrilo.
La niebla vuelve a envolvernos, y en un instante de nuevo estamos sentados en el salón.
- Espero que hayas aprendido la lección de hoy. Recuerda, si bien hay gente que te admira por intentar ser quien no eres, hay otros que ser ríen, y otros a los que les despiertas lástima. Eso sin contar cómo te sientes al dejarte de lado a tí mismo. Ahora vete, el té se me va a enfriar.
Hago una venia y me apresuro a salir por la puerta.
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