Reloj

Él atesoraba mucho un reloj.

Uno de esos relojes antiguos que los caballeros de antaño colgaban de sus chalecos gracias a una larga cadena.

No es raro atesorar un artefacto así. Un reloj de bolsillo es talvez la única invención humana que combina arte y ciencia.

Pero lo extraño era que el reloj llevaba ya muchos años completamente roto.

La tapa apenas se sostiene al cuerpo mediante una pequeña y oxidada bisagra, la parte posterior es un mapa de rayaduras y el aro que le da la forma a todo el reloj hace tiempo que dejó de ser un círculo completo. Del brillante cristal que protegía los números y las manillas solamente quedan unas astillas. El fondo blanco del mismo reloj está amarillo y a medias cubierto de esas manchas negras que les salen a las cosas cuando empiezan a envejecer en desuso.


Alguna vez su esposa tomó el añejo artefacto y lo botó a la basura. Él lo sintió en el cuerpo, como un escalofrío, y regresó a casa inmediatamente. Salvó su preciado reloj del bote de basura y en menos de un año ya se había separado de su mujer. Tanto era el cariño que le tenía a ese reloj.

Eventualmente, el hombre envejeció.

Su andar se hizo muy lento, pero su pensamiento seguía igual de ágil. Todos los días se acercaba al reloj, y lo contemplaba embelesado.

Uno de esos días lo visitó su nieto. Muy temprano en la mañana, el chiquillo apareció en la puerta de la enorme casa. No tenía clases y sus padres no podían cuidarlo, así que lo habían enviado con el abuelo.

Luego de recibirlo, el anciano dejó al niño en la sala y se fue a su habitación a contemplar el reloj.

Sin hacer ruido, el curioso niño lo siguió y se escondió detrás de la puerta. Allí se quedó en silencio viendo cómo el anciano posaba la mirada en el reloj y se quedaba así por un buen tiempo.

De a pocos, la curiosidad fue creciendo, y el niño no pudo soportarlo más. Salió de su escondite y se acercó a su abuelo.

- Abuelo, ¿qué es eso que tanto miras?

Lejos de molestarse, el anciano parecía feliz de ser preguntado al respecto.

- Esto, nieto, es un reloj muy antiguo. Le perteneció al abuelo de tu abuelo. El primero de nuestro apellido en estas tierras.
- ¿Y porqué lo miras tanto? ¿Está malogrado, verdad? ¿Quieres reparado?
- Niño preguntón. Este reloj no debe ser reparado jamás.
- ¿Porqué?
- Puede que no recuerdes esto en el futuro, cuando crezcas, así que te lo contaré de todos modos. Tu padre y tu tío ya conocen la historia de este reloj.

Los dos caminaron hasta el jardín, donde el abuelo se sentó pesadamente en una banca, mientras su nieto se arrodillaba a su lado.

- Cuando nuestra familia llegó aquí por primera vez, solamente eran tres hermanos: Felipe, Eduardo y Manuel. Felipe y Eduardo murieron al poco tiempo de llegar, por una plaga que azotó la ciudad en aquellos tiempos. Su hermano sobrevivió y crió a sus dos hijos, además de los tres hijos y tres hijas de sus hermanos. Los años pasaron y todos ellos crecieron fuertes y nobles.
- ¿El reloj era de él?
- Sí. Tener un reloj en ese entonces era realmente un lujo. Y mucha gente quería obtener el reloj para sí. La codicia de los hombres no tiene límites ni conoce de reglas. Fue entonces que una noche, llegando a casa luego de supervisar su hacienda, unos desconocidos asaltaron a Manuel en la misma puerta de la enorme casa en la que vivía toda su familia.
- ¿Cuántos eran los asaltantes?
- Muchos, seguramente, porque Manuel empezó a gritar pidiendo ayuda. Llamó a sus hijos y sus sobrinos, pero ninguno salió a ayudarle. En un instante de ira, tomó el reloj y lo lanzó a través de una de las ventanas, mientras maldecía a su propia descendencia. "Todos los varones que lleven mi sangre pagarán la cobardía de ustedes", dijo, "todos, sin excepción, morirán en la hora que marca este reloj".
- Qué feo.
- Sí, pero talvez fue un castigo justo. Desde esa ocasión, todos los varones que llevan nuestro apellido mueren a la misma hora que marca el reloj de Manuel.
- ¿Todos?
- Todos. Mis bisabuelos y sus hermanos, mi abuelo y sus hermanos, mi padre y mis tíos, mis propios hermanos e inclusive el menor de mis hijos, tu tío Arnulfo.
- ¿Y qué hora marca?

El anciano le mostró el reloj al niño, que luego de un buen rato recién pudo leer la hora, pues no estaba acostumbrado a ver la hora en un reloj analógico.

- Entonces es fácil, abuelo. A la hora que dice el reloj, no hagas nada, protégete. Además que es una hora de noche, así que es más fácil protegerse si te quedas en casa.
- Ojala fuera así de fácil. Y no es una hora de noche. La hora marcada puede ser al mismo tiempo de noche o de mañana.
- ¿Cómo es eso posible?
- Estos relojes no distinguen entre "mañana" o "noche". Más de uno de los nuestros creyó eso, y sin embargo murieron a la misma hora que todos, solo que con medio día de diferencia.

Los dos guardaron silencio.

- Siento que mi hora se acerca. Tu tío heredará el reloj, y probablemente tu primo lo herede a su tiempo. Cuando seas grande podrás ver el reloj cuantas veces quieras, pero no lo hagas a menudo. Puedes llegar a enloquecer por eso.

El niño guardó silencio.

- ¡Pero tómalo por el lado bueno! Ahora sabes a qué hora jamás debes programar algo importante.

El extraño humor del anciano no parece alegrar al niño.

Es un niño pequeño, pero ya se da cuenta de muchas cosas.

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