Plumas

Despierto con una extraña sensación de pesadez en todo el cuerpo. Estoy en mi cama, pero vestido con la misma ropa con la que salí anoche. Al revisarme encontré una pluma en mi polo. Y luego otras dos en mis pantalones.

¿Dónde se me pegaron?

No se dónde estuve anoche. Desde que vivo solo, todo ha sido tan confuso.

Veo las plumas con más detenimiento. Son blancas, pequeñas y muy suaves. No son plumas de paloma, ni de loro, ni de periquito. Son las plumas del relleno de un adredón. Pero yo nunca he tenido un edredón así.

Lo último que recuerdo de la noche anterior es estar sentado en la barra, bebiendo un vaso de cuba libre mientras observaba a la gente entrar y salir del local. No recuerdo que nadie se me acercara, ni que nadie se sentara a mi lado. No recuerdo ni siquiera cuánto gasté anoche.


Una sospecha me invade. ¿Acaso me drogaron y asaltaron, por eso no recuerdo nada?

Me levanto de un salto y busco mi billetera por toda la habitación. La encuentro en uno de los bolsillos de la casaca de cuero que utilicé anoche. No parece faltar nada, excepto un par de billetes de 50 soles. Es el gasto promedio de cada una de las noches que han pasado desde que todo esto empezó.

Mientras buscaba mi billetera me he percatado de algo interesante. Mi habitación está llena de plumas. No son muchas, pero he visto unas cuantas debajo del escritorio y de la silla, unas cuantas mas detrás de la puerta y algunas en el piso.

¿Qué sucedió anoche?

Recorro la casa buscando más plumas. Hay un rastro de ellas que sale de mi habitación, cruza todo el pasillo, baja por las escaleras y termina en la puerta de la calle.

Talvez me robé una de las almohadas del bar. ¿Pero cómo y porqué? Además que Nicolás nunca dejaría que me lleve una así por así. En última instancia, el vigilante me hubiera detenido, como la vez que intenté llevarme uno de los peluches que utilizaron para decorar el local por el día de los enamorados. O cuando tuvo que hacerme bajar del taxi en el que había logrado embarcar uno de los maniquíes disfrazados de tapada limeña que decoraron el evento por Fiestas Patrias. O cuando me intenté llevar uno de los candelabros de acero que pusieron por Halloween. Sí, los vigilantes del bar de Nicolás nunca te dejan llevar un recuerdo a casa.

La duda es demasiado grande, debo llamarle.

- ¿Nicolás?
- ¿Qué sucede?
- ¿Hasta que hora estuve anoche?
- Dirás hoy. Estuviste hasta más de las 2 de la mañana.
- ¿Me llevé alguno de tus cojines?
- Claro que no, estuviste todo el tiempo sentado en la barra. ¿Porqué preguntas eso? Si voy a contar los cojines y falta uno créeme que ya nunca más te daré crédito.
- Ve a contarlos, te espero aquí.

Escucho sus pasos que se alejan del teléfono. Luego de un instante regresa.

- Están todos. No falta ninguno. Estás borracho, ¿verdad?
- No, solo resaqueado. ¿Sabes a dónde fui luego de salir de tu bar?
- Pues no lo sé, no soy tu niñera.
- ¿Hablé con alguien o alguien se me acercó antes de que me fuera?
- Claro que sí. No te hagas el tonto. Si quieres fanfarronear, mejor hazlo cara a cara, ¿vale? No es gracioso.
- ¿Con quién hablé entonces?
- Mira, tienes que esperas a que se te pase la resaca antes de llamar al bar de tu amigo a hacer preguntas que no vienen al caso.
- Si te pregunto es porque lo necesito.
- Y yo que se. Tu nunca me presentas a nadie.
- Pero...
- Ya me tengo que ir a hacer las compras del bar. No puedo perder el tiempo escuchando tus quejidos y alucines de borracho, ¿si? Si quieres ven en la noche, hablamos más tranquilos.

La llamada se corta.

Sigo sin entender de dónde vinieron esas plumas.

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